Comentario
La presencia de las mujeres españolas facilitó la población de las nuevas tierras y el arraigamiento de las familias en las nuevas poblaciones, puesto que, en la mayor parte de los casos, se establecieron de forma definitiva. La mujer cumplía así una doble misión. Conseguía, a través del matrimonio, fijar un hogar, y, como consecuencia asegurar que el conquistador tuviera un buen motivo para permanecer en aquellas tierras; y la de procrear para poblar los territorios conquistados. Igualmente hay que destacar que, dado el escaso número de españolas que emigraron en los primeros momentos, las que así lo hicieron pasaron a formar parte de los grupos privilegiados, al casarse con encomenderos, funcionarios, trabajar como amas de clérigos, e incluso ser abadesas o prioras.
Los hombres solteros buscaban esposa entre las criollas o mestizas descendientes de los conquistadores y primeros pobladores. Un caso aparte es el de las mestizas reales, las cuales al ser descendientes de conquistadores y mujeres de la nobleza indígena, en su mayor parte no volvieron a cruzarse con la población autóctona y recibieron la categoría legal de españolas. Fueron educadas como criollas y heredaron a sus padres sin distinción alguna de las hijas de españoles nacidos en América.
La categoría social de los españoles y españolas del Nuevo Mundo obedecía a muchos factores, en los que entraba la etnia, aunque los elementos principales fueron la posición legal y la fortuna. En los primeros años eran un grupo minoritario, pero solían ocupar el lugar más alto en la escala social. En realidad, las mujeres españolas, criollas o peninsulares recién llegadas, pertenecían en teoría a la clase más alta, aunque existiera una gran desigualdad social en su procedencia. El abanico abarcaba desde hijas de nobles hasta hermanas de los marineros. También era diferente su educación, desde analfabetas hasta mujeres con cierto nivel de cultura que sabían leer, escribir o tocar algún instrumento.
Las descendientes de conquistadores o primeros pobladores eran las transmisoras de los nuevos linajes creados por los méritos de la conquista. Eran también, en ocasiones, las herederas de las encomiendas, mercedes de tierras o concesiones mineras, pero en cualquier caso, cuando el patrimonio lo heredaba un varón, se convertían en objeto de alianza con otros herederos al considerarse un mérito el lustre que podían aportar a colonos llegados más tardíamente. Tanto en Nueva España como en el virreinato del Perú se seguía la estrategia -por parte de aquellos que habían conseguido dinero y poder- de buscar en el matrimonio el encumbramiento de su linaje, por lo que en ocasiones suplía la dote que los familiares de la futura esposa no podían aportar.
Algunas de estas mujeres sabían leer y escribir, aunque en su mayoría no fueran cultas. Sin embargo, fueron importantes en la configuración cultural de la colonia e impregnaron la vida cotidiana de elementos de la cultura hispana que se perpetuaron de una generación a otra. A ellas les tocó jugar un papel destacado en la constitución de linajes y mayorazgos a través de las alianzas familiares en las que se buscaba ennoblecer el linaje, aumentar la fortuna familiar o favorecer determinadas iniciativas sociales y artísticas.